
Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que lo vi. Recuerdo como si fuese ayer lo tímido que era, le daba miedo hablar con todos; quien sabe por qué era tan solitario. Creo que el único amigo que tenía era yo, pero ahora está de nuevo frente a mí y es como si no existiera. Cuanto ha cambiado y no solamente su actitud. Nunca había visto tanta rabia y tristeza en un rostro como el que estoy viendo ahora mismo, desde mi balcón. A pesar de que ha pasado el tiempo y ya ni se acordará de mí, yo todavía lo considero y lo quiero como mi mejor amigo.
No
entiendo como sus padres nos pudieron hacer eso, después de vernos una vez
darnos un beso en su cuarto mientras jugábamos en su computador, se fueron
lejos, nos separaron, no permitieron que tuviéramos más relación y ahora de
nuevo está aquí, en la casa de su abuela que vive exactamente frente a mi casa,
junto a la que ellos vivían. No los había vuelto a ver desde aquel escándalo,
gritos y lágrimas.
Creí
que no volverían. Mis padres tampoco me permitían siquiera preguntar por él a
su abuela; aunque no lo admitieran sabía que se odiaban, no se podían ni ver. A
pesar de que mis padres, después de dos años de mucho sufrimiento, por fin
aceptaron mi homosexualidad, no creo que hayan superado lo que pasó, incluso creo
que todavía le guardan un poco de resentimiento a esa familia, ya que ellos
creen que por culpa de John es que soy como soy.
Entro
en casa y cierro la puerta con mucho cuidado porque me duele que me vea y
aparente no recordarme. Soy muy evidente, mis padres siempre me han dicho que
no se decir mentiras y mucho menos ocultar cuando estoy mal. Seguramente ya ni
se acordará de lo que pasó, sus nuevos amigos, en quien sabe dónde, lo habrán
ayudado a superar. Yo intenté superar lo que pasó, pero fue muy fuerte.
—Hijo,
¿te sientes bien? —pregunta mi madre desde la cocina cuando me ve bajando las
escaleras. Seguramente notó mi rostro lívido y triste.
—Todo
bien, solo que no sabía que los Ferreiro regresarían.
Mi
madre no pudo contener su sorpresa y fue casi corriendo a asomarse a la
ventana. La tensión se sentía en el ambiente. Estaba harto de que todo lo
relacionado con los Ferreiro terminara en disgusto. Subí a mi habitación,
necesitaba respirar con tranquilidad. Olvidar todo lo que estaba pasando y todo
lo que pasó.
Encendí
mi computadora y me disponía a ver una serie, que es la única cosa que me
mantiene tranquilo y me relaja, pero sentí unos ojos posados en mi nuca.
—Mamá,
te he dicho… —esa fue la última vez que respiré hasta que comprendí que lo que
estaba viendo era real. Estaba ahí, frente a mí. Si antes no me veía ahora sus
ojos buscaban los más oscuros secretos del universo en mi rostro.
—¿Q-Qué
haces aquí? —logré articular casi en un susurro.
—Vine a
verte, no podía aguantarme un segundo más sin verte de nuevo —dijo con su
profunda voz de adolescente. Me derretí. No supe qué más decir y de todas
formas él no me dejó decir más nada, se acercó tan rápido que me asusté de que
me fuera a hacer daño. Ahí estaba él con su largo cabello negro cayendo tan
sexy sobre su rostro. No sabía si me sonreía o me reñía, pero hacía un ruido
extraño con su garganta. Mis piernas temblaban y sentí que jamás había tenido
tanta intimidad como la que estaba sintiendo con él en ese momento. Estaba
demasiado cerca, más cerca de lo que nunca nadie había estado después de aquel
beso.
—Me
extrañaste —sonó más como una amenaza que como una pregunta.
—Mucho,
no sabes cuánto —respondí más por mis sentimientos que por el miedo. —¿Quieres
algo de mí? Tus padres te matarían…
—Shhh,
no digas nada más. Ellos no saben dónde estoy.
—Pero
mis padres…
—Ellos
tampoco saben. Me escabullí por el patio. No te preocupes por ellos, preocúpate
por nosotros.
—¿Nosotros?
—Sí,
nosotros —mi cuerpo ardió en llamas cuando pronunció la última palabra.
—Ha
pasado demasiado tiempo. Tú has cambiado.
—Tú
también, estás mucho más sexy de lo que recordaba.
Mis mejillas
amenazaban con explotar en cualquier momento, no sabía qué más responder a sus
halagos, pero él sí sabía; sus labios se sentían húmedos y suaves al tacto,
casi tanto como los recordaba. Con el dolor de mi alma logré separarme de su
calor y regresar a mi frío espacio de soledad.
—¿Q-Qué
se supone que estás haciendo? Tus padres se marcharon por algo como esto, no lo
arruinemos de nuevo.
—Arruinado
ya estoy. Estoy harto de que quieran controlar mis gustos. Me gustas tú,
siempre me has gustado y esta oportunidad de estar una vez más a tu lado no la
voy a desaprovechar.
—¿Por
qué volvieron? Tenía entendido que no regresarían jamás.
—Mi
abuela.
—¿Qué
pasa con tu abuela?
—Está
enferma. Los médicos dicen que es muy poco probable que se salve.
Mi
sorpresa fue autentica. Había visto a la señora Sofía muchas veces y nunca me
había imaginado que estuviese pasando por algo así.
—Ella
es la única que me comprende —siguió—. Ella discutía constantemente con mis
padres pidiéndoles que me dejaran ser feliz. Esa fue la razón por la que nos
fuimos. Después de aquel escandalo no soportaron más la presión y creyeron que
si nos alejábamos lo suficiente yo me “sanaría”. Ya ves que no pasó.
—Mis
padres también sufrieron mucho para aceptarlo, pero con el tiempo no les quedó
otra opción. Al fin y al cabo, soy su hijo.
—Un
buen hijo —dijo sentándose en mi cama. Se le notaba demasiado la tristeza en su
mirada. Tal vez la rabia que sentía era una forma de ocultar la vulnerabilidad
de estar triste todo el tiempo.
Con
todas las fuerzas que logré conseguir me senté a su lado en la cama. Fuera solo
se escuchaba el sonido de la brisa que golpeaba contra las ramas. Nos miramos.
No tuvimos que decir más nada. Sus ojos lo decían todo “Te necesito, ahora más
que nunca” y supongo que los míos decían mucho más que eso.
Lo
abracé. Hacía pasado tanto tiempo desde la última vez que había abrazado a
alguien y que me sintiera tan bien como me sentía con él. Su respiración sobre
mi hombro se sentía reconfortante.
La
distancia entre nosotros se fue acortando y por mi mente fueron pasando cada
uno de los días en los que me imaginaba estando de nuevo con él. En mis
masturbaciones nocturnas siempre estaba su recuerdo en mi mente, todo era tan
obsesivo que a veces me asustaba, pero por fin hoy comprendí que no era solo
cosa de una dirección, ambos nos extrañábamos demasiado.
Sus labios
se unieron con los míos de una forma muy explosiva. El clima en mi habitación subió
30 grados cuando nos rosábamos. Sus movimientos eran bruscos y decididos, como
su hubiese estado esperando por esto durante mucho tiempo, y tal vez así haya
sido, incluso tanto como lo deseaba yo.
Nos
acostamos en mi pequeña cama y no pensó dos veces antes de romper mis ropas en
pedazos, su desesperación daba un poco de miedo, pero me sentía seguro, “yo
quiero esto” pensé. Cuando ya estaba prácticamente desnudo, simplemente acompañado
por mi diminuto bóxer, procedí a ayudarle con su ropa; lo hice lentamente para
que su desesperación aumentara, además de acompañarlo de besos y caricias por
su hermosa piel. El sonido que hacía me excitaba cada vez más y más y al
quitarle la camisa me sorprendió ver el tatuaje que tenía a lo alto de su
hombro.
—Significan
mi deseo de huir y volar muy lejos, donde nadie tenga por qué decidir por mí
sobre mi vida —me sorprendió mientras miraba su tatuaje.
—Siempre
me han gustado las aves.
—También
estaba pensando en ti cuando me las hice.
Pasé mi
mano por encima de su tatuaje, me encantaba la forma en la que habían ordenado
el vuelo de las aves, era hermoso; mientras el bajaba y besaba mi tatuaje, el
cual me había hecho en la cadera en forma de estrella.
—A mí me
encantan las estrellas.
—Lo sé —respondí,
porque precisamente por eso me lo había hecho.
Él sonrió
y me dio la vuelta de un solo movimiento. Ya estábamos ambos semidesnudos, únicamente
cubiertos por nuestros bóxeres que no cubrían mucho la verdad. Mientras estaba
bocabajo me quitó el bóxer con tanta fuerza que creí que lo rompería también.
Me encantaba. Él procedió a quitarse el suyo y con mucho cuidado se acostó
encima de mí, dejándome sentir su amor y deseo, se sentía un poco más grande de
lo que imaginaba. Sus movimientos fueron lentos hasta que su desespero le ganó
la partida. Tomó un lubricante que aparente mente él había traído entre sus
cosas y lo restregó por mi trasero. Estaba frío, pero lo que venía no lo estaba
en absoluto. Él ingresó lentamente dentro de mí a petición mía.
Sus
movimientos fueron lentos, pero firmes. Aunque me gustaba lo que sentía me
dolía demasiado y no creía que pudiera continuar, pero él no me daba oportunidad
de pensar, estaba en todos lados; me besaba, me acariciaba, me hacía sentir amado.
Cuando
ya fui acostumbrándome a su tamaño los movimientos se hacían un poco más bruscos
que temí que mi madre nos escuchara. El sonido que producía su pelvis con mi
trasero era gloria para mis oídos, nunca había escuchado algo tan delicioso en
mi vida. Debido a que cada vez hacía más ruido él optó por taparme la boca con cuidado
y envestirme con más rapidez y fuerza. Sentía que iba a explotar, mi cuerpo me
pedía llegar, pero mi deseo me decía que aguantara un poco más.
Al parecer
él se dio cuenta de lo que sucedía y seso su envestida. Me dio la vuelta
nuevamente y me dejó boca arriba, mientras ingresaba nuevamente dentro de mí me
besaba con mucha pasión y decía “No sabes cuanto tiempo esperé para esto”.
El
movimiento inició desde el punto en el que lo habíamos dejado. Sus movimientos
de hacían cada vez más fuertes y sentía que me partiría por la mitad. Lo mejor
de todo era verlo mientras me cogía, habría pagado cualquier cosa por verlo
hacer esto y heme aquí siendo tan privilegiado. Su cabello estaba húmedo por el
sudor que le resbalaba por la cara, estaba completamente excitado y se le veía
como si estuviera en otra parte del universo observando las maravillas del
mundo.
—Me
falta poco, ¿quieres que paremos?
—No,
quiero que te vengas en mi pecho.
Así lo
hizo con chorros tan fuertes y prolongados dignos de él. Por mi parte me sentía
satisfecho, pero todavía no había acabado. Por esto mismo tomó mi sexo y se lo
llevó a la boca como su fuera un caramelo nuevo que estuvieran regalando en la
dulcería. Lo lamió y lo chupó como su ese fuese su propósito de vida hasta que
no aguanté más le presión y me escurrí entre mi abdomen y las sabanas, con
tanta fuerza que me sorprendió incluso a mí, ya que nunca había me llegado de
esa forma.
Después,
como dos niños pequeños, nos miramos y nos reímos de lo que habíamos hecho,
pero también de nuestros problemas y lo que sería nuestras vidas de ahora en
adelante ya que estábamos juntos de nuevo. El destino era incierto, pero algo
era seguro y es que nada ni nadie nos iba a volver a separar el uno del otro.
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