
Pero
hoy era diferente. Después de que se fueron mis padres tocó a mi puerta, cosa
que nunca hacía, y me preguntó qué estaba haciendo. De la sorpresa no le
contesté enseguida y al caer en cuanta de qué era lo que estaba pasando no le
di mucha importancia y seguí jugando en el pc.
—¿Qué quieres ahora? No tengo dinero —dije distraídamente tratando de no perder la partida en el juego.
—No
te estoy buscando por dinero. Solo quería saber qué estabas haciendo. Vienen
unos amigos para acá y no quiero que los molestes.
—No
te preocupes, no saldré de aquí.
—Bien.
Sintiendo
todavía su presencia en mi habitación pausé mi juego y le dije:
—¿Necesitas
algo más?
—No,
es solo que te veo como más grande, ya casi tienes barba. —dice mi hermano con
una mierda extraña que jamás le había visto. Parecía que nunca me hubiese visto
antes.
Todos
dicen que es guapo, pero yo nunca le había visto lo particular o sobresaliente
hasta ese día. Su cabello oscuro, barba de algunos tres días y esos ojos grises
como los de mi madre le daban un aire de masculinidad exquisito. Tenía unos
brazos enormes y un trasero que cualquiera envidiaría; incluso más grande que
el de muchas de mis amigas.
Mientras
mi hermano se acercaba a mi cama, donde me encontraba yo, sentía que algo en mi
entrepierna se revolvía. No podía parar de pensar lo guapo que se veía mientras
la luz de media tarde le brillaba en el rostro.
—Ehh,
sí, eso parece. —dije poniéndome nervioso. Mi hermano jamás se acercaba tanto a
mí. Cuando se sentó al lado mío sentía que mi cuerpo llamaba al suyo. Un frío
creciente me recorrió toda la espina dorsal y sentía que no podía moverme.
—Déjame
ver —dijo mi hermano agarrando mi cara entra sus manos y observando mi
creciente barba de adolecente. —Ya te falta poco para que tengas la barba como
la mía.
—Sí,
bueno, tampoco hay que exagerar, ya tú estás muy viejo, yo apenas tengo 15
años.
—Tener
23 años no es está viejo, cabrón —protestó mi hermano dándome un golpe en el
brazo el cual contesté de igual forma. En respuesta, procedió a haciéndome cosquillas
como en los viejos tiempos, donde nos hacíamos en los pantalones de tanto reírnos.
Le
pedía que parara, pero no me hacía caso. Mi ritmo cardiaco iba cada vez más en
aumento que creía que se me iban a estallar el corazón y los pulmones. De un
momento a otro se detuvo. Su rostro muy cerca al mío, intentando recuperar el
aliento. Estaba tan cerca de mi rostro que podía distinguir el aroma de su boca.
No
puede aguantar más y lo besé, y él me besó. Su boca sabía mejor de lo que me
imaginaba. Sus enormes manos me acariciaban el rostro y el abdomen mientras nos
besábamos.
Mi
bóxer y pantalón no podían contener más el animal que protegían. Mi hermano se
dio cuenta de esto y mientras me sobaba con su mano derecha el rostro, con la
izquierda me acariciaba el paquete que estaba a punto de estallar.
—Así
me gusta —dije entre jadeos mientras mi hermano me sobaba como nunca lo habían
hecho en mi vida. De hecho, era la primera vez que alguien lo hacía.
—Ahora
quiero que me la chupes, hermanito —aseveró mi hermano con voz ronca y grabe.
No dudé ni un segundo en ponerme de rodillas y acariciarle el paquete a mi
hermano sin bajarle los pantalones. Él se quitó la camiseta mientras yo hacía
mi trabajo de ponerlo más burro de lo que ya estaba. —Me estás matando,
hermanito. Métetelo a la boca rápido.
Le
bajé los pantalones y vi su bóxer azul, que parecía no poder contener más aquel
animal. Pasé mi lengua por el bulto que se formaba en el bóxer y con los
dientes quité lentamente lo que me impedía tener a plenitud la anaconda de mi
hermano.
Nunca
había visto un pene tan grande y grueso en persona. Siempre los había visto en
las películas porno, pero creía que eran puras mentiras y ediciones. Ya veo que
no lo eran.
Mientras
chupaba su enorme pene, mi hermano no paraba de gemir y pedir más. Cuando
succionaba y llegaba al fin de mi garganta sentía que me iba a vomitar, pero
nunca pasó. Me acostumbré rápidamente y me la tragaba casi toda.
—¡Caramba,
hermanito, sí que eres bueno para esto! —aseguró mi hermano, dándome más
confianza para acelerar la mamada.
De
un momento a otro mi hermano me detuvo y me tiró a la cama en cuatro. Él ya se
encontraba completamente desnudo, solo faltaba yo. Me hizo arrodillar en la
cama colocando su pecho desnudo en mi espalda y sacándome la camisa por la
cabeza de una manera busca y agresiva. Me encantaba.
Me
colocó de nuevo en cuatro y me quitó la pantaloneta que tenía puesta. Me
cacheteó el culo y comenzó a lamerme. Su lengua parecía la de un experto.
Lamia, chupaba, mordía y no exactamente en ese orden. Sentía que tocaba el
cielo. Mi hermano sabía lo que hacía.
Yo
me tocaba mi miembro mientras él hacía maravillas con mi trasero. Sentía que
estaba a punto de correrme; mi hermano se dio cuenta y no me dejó: me colocó
boca arriba bruscamente y comenzó a lamer mis pezones. Al comienzo lo hacía con
ternura y paciencia, pero a medida que me iba excitando aumentaba su fuerza.
Sentía que mi cuerpo ardía en llamas. No aguantaba más.
Al
terminar con mis pezones, hizo que me tragara de nuevo su enorme pene y me
pidió que lo llenara bien de mi saliva, a lo cual accedí sin chistar. Entraba y
salía, babas por aquí, babas por allá. Las venas de su anaconda parecían a
punto de estallar.
—Relájate,
hermanito. Tal vez te duela un poco, pero voy a tener mucho cuidado contigo.
No
sabía a lo que se refería, hasta que me dio vuelta de nuevo y comenzó a
dilatarme más de lo que ya estaba. Pasó su gloriosa lengua por mi ano unas
cuantas veces. Sentía que me escupía y todo era gozo hasta que introdujo su
primer dedo. Me tensé de inmediato y me pidió que me relajara, que no iba a
doler mucho.
Confiaba
en mi hermano, aunque peleáramos mucho, sabía que podía confiar en él. ¿Y cómo
no? después de todo lo que ha hecho antes. Me estaba llevando a la gloría.
Al
meter el segundo dedo ya no me sentía tan incómodo, hasta podría decir que me
gustaba. Lo siguiente que metió ya no eran sus dedos, sino su glande. Sentía
como mi ano se abría. Tanto así que me dolía y gemía por lo bajo para que no
escucharan los vecinos, a pesar de que tenía ganas de gritar.
Mi
hermano escupió de nuevo dentro de mí y volvió a meter su enorme glande, el
cual esta vez entró con más facilidad. Repitió el mismo procedimiento unas
cinco veces y en cada una de ellas introducía un poquito más de su anaconda. Ya
para terminar el proceso de dilatación escupió más fuerte dentro de mí y me envistió
sin compasión.
Sentía
que se me iban a salir los ojos por el esfuerzo, el dolor y el placer. Nadie
creería que estas pudieran estar juntas, hasta ese día que lo pude comprobar.
Mi hermano sacaba y me tenía su miembro dentro de mi cada tanto y me hacía
estar en el cielo.
Se
acostó en la cama y me dejó cabalgar encima de su animal como yo quisiera. Solo
escuchábamos el golpeteo de sus bolas contra mi trasero y me encantaba. Nunca
había sentido algo parecido en mi vida; sentía que podía pasar así el resto de
mi vida, hasta que sentía que me iba a correr. Mi hermano se percató de cómo se
me arrugaba el rostro por la posible llegada de mi semen y me dijo en voz baja:
—Córrete en mi boca, hermanito.
Mi
saqué su enorme pene del trasero y le coloqué mi pene cerca de la cara. Mi
corrida no es hizo esperar y le embadurnó todo el hermoso rostro a mi hermano.
Su boca había quedado completamente blanca por mi gran corrida. Luego de eso se
la tragó y me dijo que estaba rica mi leche. Me besó y pude sentir el sabor de
mi semen en su boca.
Mientras
nos besábamos él no pudo aguantar más y con su chorro de leche nos bañó a los
dos en ese líquido caliente que emanaba de su cuerpo. Nos quedamos en la cama recuperando
el aliento, hasta que sonó el timbre de la puerta y recordamos que sus amigos
iban a llegar de visita. Desde ese día estos encuentros se hicieron más constantes
de lo que se creería y nuestra relación de hermanos cada vez mejoraba más.
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